Tampoco hay que exagerar, pero hay editores (muchos de novela romántica) que permiten publicar en sus portadas imágenes cuyo protagonista (ella o él) miran al infinito sugiriendo la nada. Es una opción, pero una opción que se repite en exceso en las mesas de novedades y que convendría que esas imágenes (un romano, un hada, un viajero empedernido, una señora elegante…) diera la cara, mirara a los ojos del lector. No es pedir demasiado. Estamos, sin duda, ante una moda fácil.
La creatividad está por encima de todo y deberíamos huir de tanta estandarización gráfica: hay recursos visuales a mansalva que nos pueden sacar de la simpleza malentendida y ganar en eficacia. Salgamos de la estética trillada. Solo hay que tomarse la molestia de encontrar las imágenes adecuadas (como editor, explicar «correctamente» a un creativo lo que deseas) para que determinada historia representada en la portada vaya más allá y no se quede en desidia gráfica.
Al respecto, sobre la «desidia del diseñador, el editor e incluso el autor, es curioso lo que en su día se recogió en JotDown: «La esquina más divertida del mundo editorial es también la más oscura y sórdida, aquella donde se resguardan los apestados. Productos infames y cómicos accidentes de tren. O ejemplos directos de la desidia del diseñador: bastante curioso es el destino de la Habitación de hotel de Edward Hopper, un cuadro hermoso y amargo que en el mundo de la lectura ha mutado en una especie de comodín para quien se halla en un erial de ideas a la hora de confeccionar una portada. Esta cansina reutilización del pobre Hopper no es el único caso conocido, es bastante fácil encontrarse un buen montón de temas e ilustraciones recurrentes dando alguna patada al azar en los cajones de cualquier librería».