Una reflexión de Guillermo Schavelzon
Al comenzar la pandemia, la venta de libros acumulaba una caída del 40% en los diez últimos años, por lo que las editoriales, las librerías y los escritores llegaron muy debilitados a la crisis que estamos viviendo.
Los escritores, que cobran según la venta de sus libros, suman la caída de ventas a otros ingresos que ya venían perdiendo, sin que hubiera habido una reacción proporcional a la magnitud de la pérdida.
No comparto las teorías catastrofistas, ni creo en el fin del libro, pero sería necio no pensar en cómo cambiarán las cosas, con la tan anunciada transformación digital.
Internet demuestra el vigor de la escritura y de la lectura, lo que está en cuestión ahora, son las formas en que ambas se encontrarán, y cómo será remunerado el trabajo del escritor.
Los escritores tienen un peso cultural, una función social y una representación internacional que todos los gobiernos aprovechan, sin que por eso reciban ninguna contrapartida legislativa, fiscal ni económica. En muchos países, ni siquiera son reconocidos por la administración como una actividad profesional, por lo que no tienen un régimen fiscal, previsional, ni sanitario específico para la singularidad de su trabajo.
Los escritores tendrán que posicionarse frente a este nuevo devenir. No se puede pedir mucho más a las editoriales, que enfrentan un gran desafío de transformación, sin suficiente tesorería para hacerlo. Las soluciones para los escritores tendrán que ser con, y no contra las editoriales, el problema es de ambos. Los escritores necesitan formar urgentemente sus propios Think Tanks. Hay mucho por hacer (ver enlace).