¿En realidad fue verdaderamente descartada para la publicación la novela Cien años de Soledad, de García Márquez, por el editor Carlos Barral? No todo es tan verídico como lo pintan algunos, quienes cargan las tintas contra el hombre de barba y son benévolos con el hombre del bigote. Siempre lo mismo: unos y otros buscan su víctima, o su culpable. Veamos, en cambio, algunas dudas al respecto:
— En una carta a su amigo Carlos Fuentes, editada recientemente en Las cartas del Boom (Alfaguara), el Nobel colombiano le pregunta al escritor mexicano si publicaría su novela Cien años de soledad (llevaba la mitad escrita) con la editorial de Carlos Barral o con Sudamericana. Fuentes le dice que él se inclinaría por Barral: mejor entrada en el mercado europeo, puerta abierta a más traducciones. Lo cierto es que, sin concluir la novela, García Márquez ya buscaba el mejor postor (¿necesidades pecuniarias urgentes?) y Barral, que sin duda tenía conocimiento de la novela en marcha, vio imposible publicarla ya que ni una cuartilla había cruzado el océano Atlántico.
— El nieto de Barral, Malcolm Otero Barral, recogía, por otro lado, en un artículo de El Mundo (2/5/2017) lo siguiente:
«Ahora se cumplen 50 años de Cien años de soledad y vuelve a salir la anécdota del rechazo de Carlos Barral. A lo largo de los años, he oído decenas de versiones de ese flagrante traspié editorial. Una es que el manuscrito quedó enterrado bajo una pila de papeles durante unas vacaciones y que a la vuelta había expirado el plazo de contratación. Otra que el comité de lectura no lo consideró publicable y lo desestimó sin ambages. También que al editor el libro le pareció literatura oral de ínfima calidad y que no dudó en descartarlo. Cabe destacar que casi todas estas versiones esconden cierta animadversión por el autor —y con ello insinúan que el editor hizo bien al no publicar la que será una de las obras más importantes del siglo XX— o bien por el editor —pudiendo así rebajar sus méritos e intentando que este error garrafal pese más que sus posibles aciertos—. Para ser totalmente sincero, incluso en mi familia había quien recordaba el manuscrito solitario sobre una mesa con una capa de polvo por el abandono…
El mismo Carlos Barral intentó aclarar este asunto, de una vez por todas, en una carta a Juan Goytisolo que se publicó en El País en agosto del año 1979. En ella decía: «Pues bien, hora es ya que diga —porque además de Goytisolo, otros lo creen también— que no rechacé el manuscrito, un manuscrito que no tuve ocasión de leer, del libro capital de Gabriel García Márquez». Si bien matiza que García Márquez, al que no conocía personalmente todavía —se hicieron más tarde muy buenos amigos— pero del que había leído sus obras anteriores, le envió «un telegrama proponiéndome la lectura del manuscrito, telegrama llegado al borde de un viaje o de unas vacaciones, que no contesté dentro del plazo previsto. No leí Cien años de soledad, cuyo manuscrito no había cruzado el océano, sino después de publicado por Editorial Sudamericana».
No parece que esta carta de Barral consiguiera su propósito y acabara con las versiones apócrifas porque cada pocos años leo o escucho un nuevo relato de este inexistente rechazo. […] En una ocasión le pregunté a García Márquez si alguna de las historias que circulaban tenía algo de verdad. «Eso es una pendejada. No lo leyó porque no lo tuvo entre sus manos».
— En un artículo de La Vanguardia (3/6/2023), Otero habla con la periodista Lara Gómez Ruiz, y dice lo siguiente:
«La abuela de Otero “puede que tuviera algo de culpa”. En su día sugirió que tal vez el documento llegara mientras estaban de vacaciones, pero no fue así. Solamente llegó un telegrama del escritor colombiano que anunciaba que tenía una nueva obra y que el editor vio al volver de viaje. “Lo natural era hacer la oferta a mi abuelo. Pero al final, imagino que, ante una urgencia económica, Gabo primó sus intereses y aceptó la oferta que le hizo la editorial Sudamericana. Así que no hubo margen para negociar nada”».
— Para concluir este post sobre una anécdota recurrente en torno al Boom que surge en las páginas de la prensa cultural cada cierto tiempo (esta es la penúltima), y siguiendo lo escrito en su día por Malcolm Otero:
«De todos modos, y ya hablando del oficio de editor, es muy frecuente que los editores declinen editar obras que, a la postre, han sido importantes en la historia de la literatura. Muchos de los grandes autores y de los grandes libros pasaron de mesa en mesa hasta que un editor se decidió a publicarlos. Como es lógico, todos tienen aciertos y fracasos, y, sobre todo, no existe el editor de larga trayectoria que no se arrepienta de no editar algún manuscrito. Y es que todos tiene un borrón. Y Carlos Barral tuvo varios —algunos palmarios—, pero Cien años de soledad de Gabriel García Márquez no fue uno de esos».