Editar es un oficio de muchos. Aportar al conjunto (sea libro, revista, página web…) es lo que conviene. Y dicha aportación, a veces, debe publicarse incluso. Los autores anglosajones (o demás autores de la cadena editorial) son quienes mejor constancia dejan de ello.
Repasando un interesante ensayo de 2003 sobre la España andalusí, escrito por la profesora de Yale María Rosa Menocal (1953-2012), con prólogo de Harold Bloom y titulado La joya del mundo, puede leerse en sus agradecimientos (pp.278) lo siguiente:
«Kim Hastings, que fue alumna mía […] y se ha convertido en una correctora de manuscritos muy apreciada […], dejó de lado varios asuntos de su vida y de su trabajo cuando le pedí que me ayudara en este libro. Este es el segundo libro de mi autoría que ella ha hecho posible con su minuciosidad, con su extraña capacidad para percatarse de que un verbo que se emplea en un capítulo aparece luego en otro en medio de una frase demasiado parecida a la primera. Por eso y por mucho más […], le doy las gracias».
Reconocer la labor de un corrector debería hacerse más a menudo. Si la traducción ya es importante y ya se reconoce hasta en la cubierta, aquilatar un manuscrito original quitándole toda la grama molesta de sus párrafos debería seguir al menos el mismo camino, aunque sólo sea en las páginas de créditos. Algunas editoriales empiezan a hacerlo.