Una conversación con Carlos Pujol, de Alrevés, sobre qué significa ser editor
por ALEXANDRA RIBALKO TOKARENKO
Haber nacido fuera de España tiene, a veces, sus ventajas, sobre todo cuando el idioma materno es el ruso. Pueden leerse clásicos maravillosos como Pushkin, Dostoievsky o Gógol en la lengua que escribían y además se da una cuenta de cosas –rarísimas, reconozcámoslo- que pasarán inadvertidas a la gran mayoría de la gente. Por citar sólo una, hace un par de semanas me acerqué al CosmoCaixa para ver su nueva exposición sobre Ivan Istotxnikov, el falso cosmonauta soviético que se perdió en el espacio, interesantísima y muy bien organizada, pero con un fallo difícil de perdonar, una errata de diez centímetros –que bien podría haber sido de metro y medio- en el mismo titular del cartel de entrada. Todavía con un pie dentro y el otro fuera veo que el término Sputnik (satélite en ruso) está escrito con una ch en vez de una u en su versión cirílica: СПЧТНИК en vez de СПУТНИК, algo que incluso a simple vista puede parecer poco pero que para cualquier ruso resulta del todo impronunciable.
Os preguntaréis, ¿por qué os cuento esto en una revista de un máster en Edición? Pues porque pone de manifiesto lo importante que es este misterioso oficio de editar. Y digo misterioso porque ya os daréis cuenta, queridos futuros alumnos, si no os ha pasado ya, de que nueve de cada diez personas de vuestro círculo no tendrán ni idea de qué narices estaréis estudiando: es más, probablemente a estas alturas ni siquiera vosotros mismos sepáis en qué consiste. Mi propósito en las siguientes líneas es intentar sacaros un poco de dudas, y ya de paso, motivar a quien todavía no tiene claro lo de embarcarse en esta difícil pero fascinante ocupación.
El curso del Máster de Edición 2014-2015 comenzó un 16 de octubre con la conferencia inaugural de Joan Tarrida, editor de Galaxia Gutemberg. Algunos de nosotros conocíamos su editorial, otros no tenían ni idea, sinceramente no sabría definir el porcentaje, lo que sí está claro es que a todos nos inspiró su charla sobre lo que era ser editor, sobre esa relación matrimonial entre éste y sus autores, sobre cómo editar era al fin y al cabo un negocio, que quede claro. Esa tarde todos quisimos ser editores y decidimos que habíamos escogido el máster correcto. Ya os lo avanzo, ese sentimiento no va a ser así durante todo el año. Como en todos los estudios, habrá clases más interesantes que otras, y profesores más brillantes, más inspiradores que otros. Uno de ellos es Carlos Pujol, que imparte las clases de informes de lectura, y editor con sobrada experiencia. Me propuse entrevistarlo para este artículo y le pregunté algunas de esas cosas que todo estudiante de edición debería saber. Una de ellas fue que me enumerara cuáles eran para él los tres mandamientos de todo buen editor.
Te diría: leer, leer y leer. Pero no, te voy a decir humildad, humildad y humildad. Por este orden. Porque es un gremio que tiende a inflarse como un globo. En todos los aspectos, en todos los procesos de producción y en todos los cargos responsables de la cadena. Desde el autor hasta el vendedor pasando, incluso, por el jefe de marketing o de prensa, y por supuesto el editor. Hay un orgullo legítimo y sano en publicar a un autor que sea bueno, incluso que venda mucho, pero a la hora del trato humano con el autor —con los autores en general, con los autores que no llegas a publicar, con los que rechazas, con los que publicas y acabas manteniendo incluso una relación de amistad— un poco de humildad creo que es conveniente.
Poner las cosas en su sitio, que a un autor, como sucede en los grandes grupos, no se pasen el año diciéndole lo bueno que es y que se lo acabe creyendo. O que como editor no te digan un día: «Pues vas a ser director editorial de, por decir una, Harper Collins, vas a cobrar este dineral y a partir de ahora eres Dios». La perspectiva, la ilusión, la necesidad de tus primeros libros, tus inseguridades, que son muy importantes si las sabes manejar, todo eso no debería perderse. Y para eso la humildad desempeña un papel esencial.
Es verdad que también te he dicho leer, leer y leer, ¿por qué? Pues porque hay que haber leído mucho, hay un elemento intuitivo muy importante. Pero yo prefiero centrarme sobre todo en el aspecto humano, y para eso pido humildad.
Aunque tal vez me he adelantado un poco en mi exposición. Quizá debería hablaros primero de lo que significa ser editor, algo que todos los profesores intentarán explicaros con su granito de arena y que os ayudará a responder a esa odiosa pregunta de: «Estudias edición, ¿edición de qué?» Carlos me contó cómo su hija Marta le preguntaba de pequeña: «Papá, eres editor pero, ¿eso qué es?»:
«Pero, ¿tú haces libros? Es decir, ¿escribes libros?», me preguntaba. No, le decía yo. «¿Los fabricas?» Tampoco. «¿Los imprimes, los encuadernas?» Qué va. «¿Pues entonces qué haces con los libros?» Buena pregunta. Algo me dice, sin embargo, que en todo lo que le puedas explicar a un niño está la verdad de las cosas (aunque me temo que seguimos preguntándonos lo mismo, ella y yo). Yo leo los libros, le decía al fin, y si veo que me gustan o que es conveniente, decido que se publiquen. Y eso es un oficio.
Y es exactamente así. Pasan los días y una va dándose cuenta de que un editor es quien lee y quien opina, es quien –con argumentos sólidos y coherentes– decide si eso que tiene sobre la mesa vale la pena. Es quien dirige un equipo, tiene ideas, lleva a cabo proyectos y descarta otros irrealizables. Y un editor es también quien hace números. Sí, ya podemos ir desempolvando las calculadoras mentales para las clases de escandallos con Enrique Murillo, que de tan desconcertantes se vuelven divertidas. O para saber cuántas páginas deberá tener vuestro libro según las pulsaciones del texto y el formato en las clases de composición con José Luís Riva. También tendréis clase sobre cómo maquetar, cómo gestionar derechos de autor, y qué hacer ante las cuestiones legales de una empresa, porque todo eso, amigos míos, también es editar. He aquí, pues, la persona que tiene que saber un poco todo para poder organizarlo y dirigirlo, igual que un verdadero director de orquesta.
Es verdad que antes el oficio de editor era una cosa rara, misteriosa. A mí me alegra mucho ver que hay gente joven que descubre esto, que le gusta y que tiene la ilusión por llevarlo adelante. Pero en mi época el editor de libro no estaba ni dado de alta en el INEM. Había editor de cine, editor de audio, pero de libros no. Tampoco existían estudios para esto.
Aunque –y os avanzo otra cosa– no nos confundamos, nadie sale del máster convertido en editor, ni tampoco nos van a explicar qué es exactamente lo que hay que hacer para serlo. Como antes de una guerra, nuestro valor sólo se nos supone, por lo menos de momento. Como esto no es una ciencia exacta, ni existe una única fórmula mágica, nada más finalizar el curso me inclino a pensar que es más bien como un laberinto con miles de puertas y caminos, y el máster os brindará la primera de ellas, pero no tanto para abrirlas, que también, sino sobre todo para hacerlas más transparentes y ver qué hay tras ellas.
Otra cosa fundamental que descubriremos estudiando edición, y que ya podemos anotar en nuestra lista de respuestas para desinformados (entiéndase aquellos que creen que los libros caen de los árboles como melocotones), es que la oferta laboral no acaba en los puestos de editor. En este universo mundo brillan otras estrellas, como los agentes literarios, los creadores de marketing digital o los scouts, cuya función es la de leer y asesorar a las editoriales en sus publicaciones de títulos extranjeros. ¿No es fantástico esto de que a alguien le paguen por leer? Hacer informes de lectura es otra manera de ganar dinero por leer, muchísimo más modesta, vale decir, pero recordémosla como una posible —y nada desdeñable— catapulta a los círculos editoriales.
En algún momento descubriremos además que en los grandes grupos existen, entre otros, los departamentos de prensa, de derechos o de edición de contenido digital, y que no hay que desdeñarlos como posibles salidas de cara al futuro. Y hablando de grandes grupos, desde el primer día comprobaremos que el frente de batalla está principalmente dividido entre las grandes corporaciones y las pequeñas editoriales independientes. A propósito de esto, le preguntaba a Carlos, él que ha luchado en los dos bandos, si eran dos formas distintas de acercarse a la edición:
Sí, absolutamente. Sí porque, para empezar, cuando estás en una gran empresa lo primero que se te pide es un objetivo de facturación, porque hay una expectativa de beneficio neto y eso te obliga a estar muy pendiente de publicar libros que necesariamente vendan. Puedes publicar un libro que venda mucho y eso te puede dar la posibilidad de publicar otros que sabes que van a vender menos, y esto es una ventaja, pero el camino lo abres con los libros que venden. En una editorial independiente el objetivo es sobrevivir, y no es lo mismo. Porque no es tanto ganar dinero como ganar lo suficiente para seguir haciendo aquello de lo que disfrutas. Las expectativas de un autor en una editorial grande son unas, en una editorial pequeña son otras. En Alrevés, la editorial donde trabajo, tenemos autores que ya están en las grandes, pero que han empezado con nosotros. Y seguimos viéndonos para comer cada semana porque somos amigos. Hacer amigos en las grandes es más difícil, porque hay anticipos de por medio, hay liquidaciones, hay colocaciones problemáticas, hay campañas de prensa buenas, mejores y peores, y tanto el autor como su agente exigen el máximo. En una editorial pequeñita le dices lo que hay y si sale muy bien, pues bien, y si sale muy mal nadie se va a arrepentir nunca de haber publicado un buen libro.
Esa es la diferencia básica. Luego, evidentemente, en la distribución, en el impacto en medios y en el gasto en marketing hay un abismo. Pero yo me quedo con la pequeña, desde luego. No he aspirado nunca a hacerme rico siendo editor, y me parece que es un error aspirar a eso. Si algún futuro creo que tiene la edición es que vuelva, no digo a sus orígenes, pero sí a una aspiración más humilde. Que no te pidan cada año un 8 % más de facturación, que tu director financiero o controler no cobre cincuenta veces más que tú, que el señor que hace de intermediario de los editores de varios sellos, con la gerencia, no cobre treinta veces más que tú, que si un libro no vende por la razón que sea, si el libro es bueno, no sea motivo de nada más que de orgullo. Volver a que una editorial razonable tenga su equipo, pequeño, con sus sueldos dignos, anticipos dignos, sin disparatar a hacer tiradas de un millón de ejemplares y pagar un millón de dólares. Algo me dice que volvería todo a ser un poco más razonable.
Yo desde luego me quedo con la pequeña. Tenemos sueldos muy pequeñitos pero disfrutamos como enanos, y en las grandes no te dejan. Porque disfrutar es muy importante. El día que dejas de disfrutar, te vas. En una gran empresa, además, entras en el circuito de puñaladas que hay entre ejecutivos para ocupar este o aquel puesto. Si un director está peleado con otro y resulta que estás en medio, te van a caer las tortas. Así acabas perdiendo mucho tiempo, mucha energía y mucha paz en batallas que no son tuyas.
Pasemos ahora a la parte más técnica. Ya he mencionado la parte más centrada en las prácticas con el texto y de eso van las horas destinadas a aprender el significado de hacer un editing, cuando cual médicos habrá que descubrir de qué mal padece un manuscrito y cómo curarlo. Algo similar haremos en las clases de informe de lectura, cuando nos toque valorar una publicación y nos surja una duda inevitable, a saber: ¿qué pasa cuando un manuscrito necesita mucho trabajo? ¿Existe de verdad ese editing exhaustivo por parte del editor?
Sí, existe. Y esos manuscritos se trabajan con el autor e incluso durante meses. Y se negocia todo, hasta la última coma. Y además se negocia acompañando, nunca imponiendo. Y acompañando significa compartiendo el mismo entusiasmo. En realidad es como cuando dos niños en el patio del colegio deciden jugar a los astronautas, pero uno de ellos quiere que vayan a caballo. «Pero hombre, los astronautas no van a caballo», le diría el otro. «¿Y por qué no?» Si los dos negocian así se lo pasarán pipa. Y yo creo que se parece un poco a esto. Además, la experiencia me ha enseñado que los autores, a diferencia de lo que suele decirse, suelen aceptar muy bien las propuestas si las haces bien, con humildad y ganas de compartir. Si juegas de esta forma entonces se convierte en una aventura maravillosa.
Imagino que llegados a este punto, queridos futuros alumnos, os he dado argumentos suficientes para enfrentaros a los interrogatorios de padres, abuelos y amigos sobre qué es esto de la edición. Pero os daré algunos más exclusivamente para vosotros, para que no nos desanimemos tanto en esos fríos meses de invierno.
Para empezar, que la autoedición no es una amenaza y que hacen falta editores incluso en tiempos de Amazon, como rezaba el título de una de las clases de Enrique Murillo.
Yo no concibo la autoedición como una amenaza, para nada. He tenido amigos que se dedican a la autoedición, amigos que se han autoeditado libros, conozco empresas de autoedición con autores que luego te lo acaban enviando a ti. Generalmente los textos que he visto están mal editados, no ha habido un maquetador, no ha habido un corrector ortotipográfico, no han habido los filtros formales que deberían haber en una editorial. Aun así, aquí hay sitio para todos. Para la edición digital, la autoedición y la edición tradicional en papel. Creo que cuantas más cosas haya, más vivas estén y más gente haya haciéndolas, mejor.
Como continuación a esto, hay que olvidarse de esa idea absurda de que estamos ante fin del libro. Que nos llamen románticos del papel si quieren pero,
El día que el ordenador central de Google se vaya al carajo y nadie tenga internet durante una semana, la gente buscará como loca dónde está la enciclopedia del abuelo.
Y para acabar, no nos dejemos impresionar por esos pronósticos tan funestos que surgirán –cual setas en la montaña tras un día de lluvia– de que la edición está muriendo, que la industria no sobrevivirá y de que no vale la pena dedicarse a esto porque es caer en saco roto.
Cuando salió el motor a vapor dijeron que se había acabado la navegación a vela, y ahora hay más velas que nunca. Es la historia de la humanidad. Resulta que a la gente le sigue haciendo ilusión navegar con el viento. Eso sí, llevan un motor detrás por si se acaba. Pues muy bien, yo creo que todo es compatible. Siempre va a haber gente escribiendo, y siempre va a ser necesario que alguien ponga orden, bueno o malo, en el aluvión de cosas que se escriben. Y si el resultado de esa selección es el formato digital, el formato de libro impreso o el formato helicoidal, no pasa nada. ¿Es el fin de la edición? No lo creo. Mientras haya lectores habrá edición.
PD. Casi me olvido: si después de todo esto a alguien se le ocurre sacar la artillería pesada y afirmar: «Lo que dices está muy bien, pero todo el mundo sabe que un editor no es más que un escritor frustrado», yo me quedo con esta respuesta:
Y si es así, ¿qué? Se ha dicho lo mismo siempre de los críticos de arte, de los de cine, etc. Yo no tengo por qué saber construir una pared para saber si está torcida o no. Escritor y editor son dos personas, dos actitudes vitales, completamente diferentes. Tú cuando escribes eres uno, pero cuando lees lo de otro la lente con la que lo miras es tan amplia, es toda tu mochila, tu bagaje de lecturas, conocimientos, experiencias… Cuando escribes padeces de miopía pura. El escritor trabaja con un microscopio y el editor combina el microscopio con un telescopio, y en un telescopio cabe un petrolero. ¿Qué un editor es un escritor frustrado? No tiene por qué serlo, pero si lo es no pasa nada, eso no le convierte en un amargado. Y si es un amargado es que es un mal editor.