Dicen que dicen las «malas lenguas» que fulano de tal y tal era un borracho empedernido y lo ocultaba; que mengano tenía, en privado, muy mala uva y, en público, se comportaba como un corderito; que zutano fue un tacaño de tomo y lomo, pero lo disimulaba ostentosamente con dinero público. Anécdotas, si más, de la vida real; cotilleo que, de tanto que abunda, tiene poca importancia para el común de los mortales. Pero cuando se le pone nombre y apellido, la cosa cambia. Y mucho.
Fernando Bonete —@EN_BOOKLE en Instagram— es un periodista, escritor y profesor universitario que ha tenido la santa paciencia de recopilar un centenar de anécdotas de autores muy reconocidos de la literatura. Todas ellas aparecen en el libro Malas lenguas publicado por Penguin Random House en el sello SOMOS B. Y todas ellas son la excusa para armar un relato que nos habla de «lo oscuro insospechado», de las peculiaridades, rumores y desgracias de los escritores, cuyos lectores, al saber de ellas, activan la curiosidad y cambian a veces su perspectiva, admirándoles más, criticándoles mucho o comprendiéndoles mejor.
Recogemos en forma de interrogante tres de ellas que luego se aclaran en el libro: 1) ¿Sería posible que Shakespeare nunca hubiera existido? 2) ¿Quién comenzó el rifirrafe entre Góngora y Quevedo? 3) ¿Por qué Rafael Alberti decidió rechazar una distinción tan prestigiosa como el Premio Nobel? Hablamos por Zoom con su autor.
—Deduzco muchas horas de documentación, de abundantes consultas, de bastantes revisiones… ¿Cuánto te ha llevado escribirlo?
—Bueno, como tú bien dices, ha habido un trabajo de documentación enorme detrás de cada anécdota. Buscaba alejarme del registro más académico, que es el mío del día a día, y quería que el libro tuviera un tono absolutamente divulgativo, pues no hay ni notas a pie de página, ni referencias a ningún sistema para aligerar esa carga, pero sí que hay una bibliografía más bien extensa al final del libro ya que para escribir cada anécdota he tenido que hacer una revisión biográfica importante, yo creo, de cada uno de los autores. Además, como estamos en el contexto de un máster en edición, se puede hablar en términos cuantitativos. Cada anécdota me puede haber llevado cuatro cinco horas de investigación, explorando distintas biografías, monografías, artículos sobre el tema que vaya al hilo de la anécdota, y de ahí extraer los datos más importantes para luego construir el texto propiamente dicho de la anécdota. Al final, escribirla es casi lo que menos tiempo lleva, no es como ponerse al día de lo que vas a escribir. Y a veces el trabajo ha sido, entre comillas, «infructuoso», porque había autores que me interesaban muchísimo, que quería encontrar esa anécdota interesante de la que hablar, pero no he dado con ese hecho curioso que pudiera resaltar por encima de otro.
—Malas lenguas, el título, lo veo como un conjunto de cien relatos basados en hechos reales. ¿Estás de acuerdo?
—Mi intención, el ideal o la aspiración, era contar o acercarme al máximo a la realidad, aunque a veces fue un imposible. Pero, en algunos casos, por tratarse de hechos que por ser anecdóticos no están tan perfectamente documentados como otros, pues, al final es una aspiración que no siempre se ha cumplido de manera fehaciente; en otros sí, claro, aunque no deja de ser un relato donde en ocasiones también interviene la ficción verosímil. Así que estoy de acuerdo con la categoría «de relato» que haces de estas anécdotas. Fíjate que, por hilarla con una de las anécdotas del libro, la que cuenta la llamada telefónica de Stalin a Pasternak… circulan de trece a quince versiones sobre el contenido de esa llamada que nadie conoce de manera exacta. El gran Ismail Kadaré [escritor albanés, 1936-2014] escribió el libro Tres minutos desglosando cada una de las versiones «donde relataba y a la vez reflexionaba» sobre ellas.
—Con algunos de ellas entran ganas de ahondar más en la vida del autor. ¿Era tu empeño de entrada?
—Verás… El libro parte de la biografía del escritor y vuelve a la biografía, y quiere animar a que el lector desee saber más del autor que protagoniza la anécdota.
—Curioso lo de que J.R.R. Tolkien sea pariente de Bertín Osborne. ¿Confirmaste la anécdota con el presentador/cantante?
—[Risas] No, no, porque la genealogía de los Osborne, desde tiempos cercanos a la escritora Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero, por su seudónimo), está clara. Ella era tía abuela del sacerdote gaditano Francis Xavier Morgan Osborne. Éste, a quien llamaban tío Curro, estudió en Inglaterra y se convirtió en tutor de Tolkien, pues la familia lo estaba pasando mal económicamente. Tolkien se nutre la biblioteca de su tutor donde estaban las obras de Fernán Caballero, que en su primera juventud leyó Tolkien. Del árbol genealógico no hay equívoco. [Se apunta más claro en el libro, de donde recogemos el párrafo siguiente: «La abuela de Francis era Aurora Böhl de Faber, hermana de la escritora; su abuelo y marido de Aurora fue Thomas Osborne, fundador de Bodegas Osborne. De lo que se concluye que J.R.R. Tolkien fue ahijado del tío Curro, y Bertín Osborne su sobrino bisnieto, quedando así conectados el gran genio literario de la fantasía y el célebre presentador, cantante y empresario madrileño»]. Llegué a la anécdota casi por casualidad, como me ha ocurrido con otras. Me preguntó un amigo que… qué sabía de ella… con aquello de… «pues he leído por ahí… o dicen las malas lenguas que… Bertín y Tolkien están emparentados…». Y me puse a ver si era verdad lo que se decía por ahí.
—En la pieza sobre Hemingway en torno a sus múltiples accidentes, haces un inciso… «porque hoy prácticamente ya nadie lee». ¿Realmente crees que hoy se lee menos, o te refieres a lecturas de largo aliento, que decían los gurús del Nuevo Periodismo americano?
—Para reafirmarme en ese tipo de aseveraciones siempre recurro a los números, y no a los relatos; busco que así tengamos las cosas claras y sean lo más objetivas posible. A ver, la respuesta es: desde un punto de vista absoluto, los números nos dicen que se lee muy poco en España. Verdaderamente. Los informes que se elaboran todos los años desde el Gremio de Editores nos hablan que las cifras son bajas; y los informes que hacen diferentes entidades privadas vienen a reafirmar lo mismo con algunas diferencias porcentuales. Hace poco salió el dato de gasto en libros de las familias españolas al año y resultó ser de 80 euros. ¡Toda la familia! Mientras que la apuesta comparativa sería de 140. Y otra cosa: el número de préstamos anual es de un libro por persona. Las cifras nos dicen que realmente se lee poco, ya sea de corto o largo aliento, de largo recorrido o de corto [risas]. Pero, junto a esto, yo lanzo un mensaje de esperanza. Si los números de manera absoluta dicen esto, de forma relativa dice otra cosa. Y esta es que las gráficas siempre van en sentido ascendente, o al menos en la última década han ido en esa línea. Es decir, que se lee poco, sí, pero cada vez se lee más. Y las gráficas suelen ser más esperanzadoras todavía en el caso de los jóvenes, que son siempre, digamos, la población lectora más denostada, donde en algunos tramos el nivel de lectura resulta ascendente. Y eso, la verdad, me da esperanza.
—Tienes, según he leído por ahí, más 400.000 seguidores en Instagram. ¿Cómo los «alimentas» cada día en ©EN_BLOOKE?
—Lleva trabajo, bastante. Es un trabajo controlado, donde hago lo mínimo necesario, claro, para mantener el contacto con mis seguidores; y eso porque mi vocación es la docencia de profesor universitario y a ella me debo. Siempre digo que yo no tengo la clave del éxito; además, tampoco sé que ha ocurrido exactamente para que la cuenta suba tanto en tan poco tiempo, digamos que en los dos últimos años; pero sí creo, yo apuntaría, que el factor fundamental ha sido la naturalidad, la autenticidad, a la hora de hacer lo que haríamos tú y yo que somos amante de la literatura hacemos ahora: hablar de libros, de autores, de lecturas… Creo que, al hacerlo así, con naturalidad, los seguidores conectan mejor con lo que se habla y se establece un diálogo sobre literatura.
—En tu faceta de escritor, has publicado dos libros más. Uno sobre la Inteligencia Artificial, que titulas La guerra imaginaria, y donde hablas cómo desmontar esa tecnología de la mano del gran Asimov.
—Ya en el propio título del libro… lo que pretendía era llamar la atención sobre si precisamente una guerra se caracteriza por la existencia de dos o más bandos que luchan entre sí por lograr un fin, se apunta que se ha creado un mito. Sobre todo, a través de los medios de comunicación… También por los intereses de determinadas empresas, de gurús tecnológicos, además de por ciertos humanistas que yo les llamo «humanistas tecnológicos del Apocalipsis» y que lo ven todo negro. Pues ese grupúsculo de medios, tecnólogos, pensadores, ha creado el llamado mito de la Inteligencia Artificial (IA) y lo ha implantado muy bien, consiguiendo mucha audiencia metiendo miedo y presión sobre el tema. Y con ese mito, han implantado la idea de que ya no solo ha superado a la inteligencia humana, sino que la ha suplantado y que ¡ya nos desbancado! Y ese discurso está muy presente, es el miedo, el terror, hacia la máquina. El ser humano frente a ella. La guerra, los bandos. Volviendo al título digo, ya desde el principio, que esa guerra en realidad es inexistente, «imaginaria». ¿Por qué? Porque la Inteligencia Artificial ni supera ni ha superado a la humana, pero es que tampoco se espera que en el corto plazo lo haga. Y los grandes especialistas expertos en computación o ingeniería computacional nos dicen que, más allá del titular de periódico, más allá de los intereses de empresas por conseguir suscripciones de sus Chat de Inteligencia Artificial Generativa, lo cierto es que les hace falta mucho recorrido para lo que supone alcanzar mínimamente a la inteligencia humana. Y esto, llevado a un máster como el vuestro, ¿a quién se le puede pasar por la cabeza que cualquier herramienta de IA pueda suplantar la labor de un editor? Es absolutamente imposible que una máquina haga el trabajo de un editor, ni incluso en las pequeñas funciones. Es una herramienta muy valiosa, que incluso puede ayudarnos, pero ya debemos caer del guindo de que esa herramienta pueda con todo y que pueda más que la humanidad. Y en ese sentido, Asimov, científico, escritor, humanista, y a ochenta años vista, las reflexiones que hizo sobre la robótica son puramente actuales y nos iluminan mucho hoy día. Asimov logra darnos un pensamiento reposado sobre que el hombre y la máquina son cosas distintas, y que esta última está a años luz, por debajo, de nosotros.
—¿Cómo valoras otra «guerra» de hoy en día: la cultura de la cancelación? También tienes un libro sobre ella, sobre la que eres crítico.
—Ahí intenté, en la medida de lo posible, alejarme de la llamada batalla… o guerra… cultural, en el sentido de que mi apuesta en este libro es ¡por el diálogo! No por el enfrentamiento. Así, en el respeto a las ideas de los demás, aunque no coincidan con las nuestras, o precisamente por eso, está la clave de nuestro desarrollo como sociedad. Y esto viene a enlazar de nuevo, entre otras cosas, con la literatura, porque la literatura, y en concreto la de ficción, como cualquier otra expresión artística, es la máxima expresión de nuestra vida. Nuestra creatividad, nuestra imaginación, nuestro dejarnos llevar. Ponerle un candado a eso, o cadenas, es lastrarlo como humanidad. Todos salimos perdiendo. Por mucho que las cadenas se las pongamos a la persona que escribe de ti en contra de lo que piensas. Y ello porque no nos da pie a confrontar ideas… nos encierra a nosotros mismos. En el libro [titulado Cultura de la cancelación. No hables, no preguntes no pienses] intento analizar el problema desde un punto de vista divulgativo y académico. Esto último por mi faceta académica que no quiero dejar de lado y porque la veo necesaria. O sea, pretendo analizar de manera reposada, más allá de simplemente poner ejemplos de cancelaciones que hayan ocurrido, el fenómeno. Lo he dividido en tres partes. De forma muy sistemática, en la primera, analizo el concepto de la cultura de la cancelación, qué significa… en la que he intentado desvelar si realmente existe… o si es algo que se utiliza como recurso dialéctico. En una segunda parte, hablo de los métodos de la cancelación, de cómo, finalmente, esta se ha ido implantando en la sociedad y cómo ha alcanzado niveles que a veces no tiene, aunque solo fuera en el espacio público. Y en la tercera, intento aportar soluciones, que pasan, más tarde o más temprano, por el diálogo y por la cultura. Pero la verdadera cultura, que es contraria a la cultura de la cancelación.
—Para concluir, de las 100 anécdotas, número deseado seguramente por tu editor, aunque estas cifras redondas no son tan apreciadas por algunos gurús de la comunicación, sobre todo por aquellos que analizan portadas de revistas femeninas, de arquitectura, de inventos; estos prefieren números «más complejos porque aportan variedad y más cantidad, según dicen; por ejemplo, «234 look para el otoño» es mejor que «200 look para otoño». ¿Cuál sería, entonces, la anécdota 101 y que no pudiste incluir? No sé si la tienes.
—La tengo, la tengo. Dostoyevski. Lo intenté por todos los medios. Quería que Dostoyevski apareciese en Malas lenguas, porque es uno de los realistas rusos preferidos para mí. Pero no terminé de encontrar cuál contar. Bueno, está esa famosa anécdota, o suceso, de que lo van a fusilar por su supuesto apoyo a una rebelión de izquierdas contra el Zar y en el último momento llega la carta que le absuelve. Pero es tan conocida, tan integrada en su biografía, tan vox populi, la conoce tanta gente que… después de revisar de cabo a rabo la documentación que tenía sobre él y alguna más… no acabé de encontrar el punto. No sé, si hay otras ediciones, quizá acabe de encontrarlo. — JML