Abandonó la profesión de abogado para dedicarse a hacer eso que ya hacía de adolescente. Está al frente de Impedimenta, sello delicadísimo que reúne plumas de variadas procedencias y ofrece libros de una manufactura imponente.
Entrevista de Valeria Tentoni (Buenos Aires) //Once preguntas en el periódico digital The Objetive.
¿Cómo se inició tu vínculo editorial con Cărtărescu, tu autor estrella?
Lo conocí en la anterior editorial donde trabajé, Funambulista. Le publicamos un libro llamado Por qué nos gustan las mujeres, que tuvo cierta repercusión. […] Son pequeños relatos que se publicaron en Rumanía en un volumen y tuvo mucho éxito allá. Cărtărescu tiene grandes obras, de amplísimo calado, y luego tiene misceláneas, libros de artículos, de cuentitos publicados en revistas, más populares. Sus grandes obras son Nostalgia, Cegador y Solenoide. Cuando me fui de Funambulista pensé que quería publicar estas grandes obras. […] Es un autor de una calidad increíble, que obra a obra va mejorándose. Solenoide ha sido un boom en lengua española. Jorge Herralde dijo: «Impedimenta es la editorial de Cărtărescu más otros autores». Está a la altura de Bolaño, Pynchon o Foster Wallace.
¿Cuál es la tirada que funciona en España como para hablar de éxito editorial?
De El ruletista publicamos unos 3.000, pero se ha reeditado un par de veces, con lo cual llevamos publicados unos 7.000. De Nostalgia publicamos de salida 3.500, pero ya llevamos seis ediciones. Poco a poco hemos ido subiendo. Ya de Solenoide hicimos una primera tirada de 6.000, una segunda de 5.000, y una tercera de 5.000. Y de Cegador, una tirada de entre 10.000 y 15.000 ejemplares. Tengo otros autores que han vendido más a lo largo del tiempo. […] Cărtărescu es un autor exigente, denso, pero para el lector-lector es una bomba. Es un autor que justifica un catálogo entero.
¿Cómo seleccionan a los traductores y qué valor le dan a su trabajo?
Lo primero que hay que decir es que son todas traducciones directas. Aquella traducción de Cărtărescu de la que hablé fue una traducción indirecta del alemán, y eso se notaba mucho; había partes que se perdían, partes que se interpretaban de manera diferente. Ahora con él trabaja Marian Ochoa de Eribe, que es una traductora que está entre las mejores en nuestra lengua. Logra darles una altura y una fuerza a los textos de Cărtărescu que hacen que sea emocionante. Luego, tenemos otros muy buenos traductores, pero creo que como Marian Ochoa no existe nadie. Es alguien que es capaz de transmitir esa sensibilidad, al punto de que conoce a Cărtărescu casi mejor que él mismo. En Impedimenta no hay ninguna traducción indirecta. Del japonés, del polaco… Del checo, Patricia Gonzalo de Jesús, maravillosa, increíble; del estonio, Consuelo Rubio Alcover, la única traductora del estonio. Yo nunca contrato un traductor al que no le guste la obra. Necesito que haya esa especie de plus. Las traducciones indirectas son poco honestas, porque ahora mismo existen buenos traductores en cualquier idioma; entonces ¿qué ocurre? Que traducir del inglés, del francés o de cualquier idioma más usual es más barato. Además de que se pierde parte del sentido, es una traducción como de prestado. Creemos que es lo correcto, si no sería una falta de respeto al lector.
El catálogo de Impedimenta es muy variado en eso, en la dispersión de países que abarca. ¿Cómo navegan de esa manera las literaturas extranjeras, qué los guía?
Cuando fundé la editorial fue porque yo iba a librerías y preguntaba, por ejemplo, si tenían Billy Bud, marinero de Herman Melville, y me decían que no estaba, que había una edición vieja agotada, etcétera. Entonces me decía: «Bueno, alguien lo tiene que hacer, ponerlos en circulación, porque son libros que me han marcado». A mí me llama mucho la atención la literatura que proviene de una crisis, de un cambio de paradigma, y hay muchos autores del Este de Europa que han estado en una dictadura y que no han podido publicar o que publicaban en fotocopias. De repente, cuando cae el Muro de Berlín hay una explosión de creatividad increíble. Yo estoy convencido de que la buena literatura proviene de la opresión. La buena literatura es la expresión de una insatisfacción. Luego a la vez me interesa la literatura de género, como Stanislaw Lem, o me interesa mucho la literatura cómica inglesa. Me parece también un complemento grande para esta otra especie de gravedad, estos mundos europeos muy densos. Y así conviven. Al final es un catálogo armado con flechazos, como cuando vas por la calle y ves alguien que te gusta. Con los libros me pasa igual: yo de repente veo un libro y me emociono.
Te graduaste como abogado, ¿cómo fue pasar a este mundo editorial?
Cuando era muchacho, era dibujante, y se me daba bien escribir. Iba a un colegio religioso, privado, y un cura de mi colegio me preguntó qué quería hacer. Yo le dije que quería seguir Bellas Artes. Me dijo: «Tus padres han invertido en tu educaciós y les vas a dar un disgusto si te anotas en Bellas Artes, que es un oficio de vagabundos». Como me gustaba el latín, me recomendó inscribirme en Derecho. Así lo hice, y ahí conocí a la que es mi mujer, Pilar Adón, la escritora, y ambos nos fuimos complementando, leyendo a Joyce, a Proust… No íbamos a clase. Me licencié, estuve varios años ejerciendo de abogado, y fue la época más desgraciada de mi vida porque no me gustaba nada lo que hacía. Hasta que a los treinta años empecé a ser editor. De repente encontré, evidentemente, lo que yo ya era, porque con ocho años ya me dedicaba a hacer fasciculillos que luego fotocopiaba, y a los diecisiete hacía fanzines, hacía revistas, ayudaba a mis amigos a editar sus libros, sus poemarios. Es curioso, yo siempre fui de los que andan con cuaderno, y hace poco revisando cuadernos me di cuenta de que desde que tenía 25 años iba apuntando títulos que me interesaban, por si acaso montaba mi editorial. Ya me olvidé de esos apuntes, pero un amplio porcentaje los he acabado publicando, con lo cual yo ya tenía una cierta idea fija.
¿Escribes también?
Se me da bien redactar, pero no soy escritor. Escribí un par de cuentos, plagiados completamente, de Georges Perec, por ejemplo. Están plagiados todos. A José Luis Sampedro le pedimos un consejo para los jóvenes escritores y dijo: «Si pueden, que lo dejen». Si tú puedes dejar de escribir, es que no eres escritor. Y yo puedo pasar perfectamente sin escribir. No tengo ningún interés por escribir, prefiero publicar autores que me gustan. Sé que no soy brillante, y estoy rodeado de gente muy brillante. Y no tengo nada que contar. Yo tengo muchas cosas que editar, pero nada que contar. Empecé a llevar un diario y me dolía el dedo, ¡claramente no me interesa!
Ocurre mucho que los editores son también escritores. ¿Cómo ves ese cruce?
Yo tengo varios amigos que escriben y que son editores y son muy buenos. Son genuinos. Y me parece bien. T. S. Elliot fue editor, Calasso también; fueron escritores y editores. Mi mujer es escritora y editora a la vez, pero esas dos partes no se llevan siempre bien. Es cierto que el libro deja de ser algo romántico y maravilloso y comienza a ser algo que sabes cómo se hace. Estás en sus tripas, entonces le pierdes en cierto modo la especialidad. Son ámbitos completamente diferentes, viendo a Pilar encuentro que ella es la que escribe, y la edición es un trabajo que lleva bien. Ella no puede vivir sin escribir, yo lo entiendo perfectamente. Sin embargo, conozco amigos para quienes es más satisfactorio editar que escribir.
¿Cómo se forma un editor?
Pues no lo sé. Yo, de manera autodidacta; a mí nadie me enseñó: esto ha sido «a ostias». Prueba y error. Ahora soy profesor de varios másteres en edición e intento recomendarles que hagan, que se lancen, les doy algunos trucos.
¿Y cómo entraste a trabajar en la primera?
Me metieron a trabajar en distribución, y de repente empecé a conocer a los libreros y los autores venían y me preguntaban a mí y al final mi jefe me echó. Yo sabía intuitivamente en qué mes sacar un libro, no sacar otro libro a la vez, no pisarse, cómo recomendar los libros a los libreros, sabía cómo llamar a un periodista, luego en otras editoriales empecé ya a saber diseñar.
La opción por el cuidado delicado de los libros como objeto… ¿cómo se hizo y qué razón tiene? Debe ser carísimo de hacer.
Es un poco más caro, ciertamente. Siempre tuve mucho interés en las ilustraciones. Viendo las revistillas que hacía a mis 18 años me di cuenta de que tenía, sin saberlo, un interés por la tipografía, por la colocación, por el collage. Yo tengo ese gusto innato; pero para otras cosas no: soy extremadamente mal corrector, no tengo capacidad de concentración, y sin embargo para lo otro sé que tengo gusto. Cuando monté Impedimenta, pensé: me niego a hacer un libro feo. No quiero. Para mí, hacer un libro feo es una falta de respeto al lector, al autor que se ha tirado años escribiendo un libro, al librero. Y entonces me puse a mirar presupuestos de producción y me di cuenta de que mis libros salen un 25% más caros que los de la competencia, pero el lector cree que ese sobreprecio merece la pena. No solamente pagan el contenido sino también el continente, el libro bien hecho. Para mí es un caballo de batalla cada portada, yo las diseño y elijo el motivo. Es una de las cosas más satisfactorias. Cuando sale un libro y queda bonito, me da lo mismo que se venda. Voy a las entradas de máquina en la imprenta, les pido que bajen el magenta, que suban el amarillo; soy muy exigente con eso, porque de verdad no concibo que un libro al que quieres esté mal hecho. Todo va junto: un libro bien traducido, bien maquetado, con un papel agradable y una portada bonita.
¿Todos los materiales son españoles, el papel, las tintas?
Sí, estos libros se hacen en Salamanca, en una imprenta pequeña que nos trata muy bien. Son gente muy artesanal que las llamas a las siete de la mañana y están trabajado.
¿Y cómo se lanzaron a la colección de infantiles?
Yo soy lector de cómics, de novela gráfica. Siempre quise sacar libros de novela gráfica, pero no me quería meter en un ámbito en el que ya había gente muy buena haciéndolo. De repente, me cayó la biografía de Virginia Woolf en cómic, y dije: «¡Bueno, esta es la mía!» Poco a poco empecé a publicar libros, funcionaba muy bien, y un día estaba en una feria del libro en Francia y vi un ejemplar que me encantó, me alucinó, me hizo feliz. Un libro que se llama El pequeño jardinero. Yo no tengo hijos, pero me encantó y pensé que si yo fuera un niño me lo compraría. Y empezamos a editar literatura infantil. Y no me importa el rango de edad para los libros que hacemos.
¿Recuerdas tus primeras fascinaciones lectoras?
Recuerdo la fascinación que me produjo leer Macbeth, por ejemplo. Cuando me deprimo y estoy bajo de moral y triste, leo a Shakespeare o leo a Joyce. Ha habido varios libros que me han marcado; podría decir, quizá, que el primer gran libro que me hizo leer y releer es el Ulises de Joyce. Lo leí cinco veces, y es inagotable. Hay mucha gente que dice que es aburrido, pero ese reto vale la pena. Yo me he reído, me he emocionado, y luego he ido a Dublín y me ha decepcionado. Tenía miedo con Buenos Aires, porque soy lector también de Cortázar y de Arlt, pero no, me encanta esta ciudad.
¿Cómo encontraste las editoriales argentinas en esta visita al país?
Cuando las editoriales argentinas lleguen fuerte a España, nos van a hundir. Sois muy buenos. Las editoriales argentinas están al nivel de las mejores editoriales españolas a todos los niveles, en los catálogos y en la propuesta gráfica. Fiordo es mi editorial americana favorita.