Nuestro profesor Luis Magrinyà propone en dos textos unas cuentas observaciones para expresarnos, escribir y publicar con tino. La lectura de ambos nos lleva a proponer su libro Estilo rico, estilo pobre, editado por Debate, donde están incluidos. Veamos unos fragmentos del primero, titulado ‘El club de los verbos finos’:
«Con muy buena intención nos han enseñado que está feo repetir. Sea en una novela, en una carta, en una ponencia, en una entrevista, en un correo electrónico o en un post de Internet, tenemos conciencia de que es conveniente un poco de formalidad. Es cierto que la repetición, cuando no tiene una función retórica y adquiere algún costoso nombre griego como anáfora o polipote o epanadiplosis, deriva en un estilo pobre, ruidoso y cansino. No se pueden repetir todo el tiempo las mismas palabras. Para eso están los sinónimos, nos han dicho».
«Esta loable consigna ha sido la causa, sin embargo, de variados estropicios. Para empezar, repetir no es un concepto tan fácil de identificar como puede parecer. Ya hemos visto que algunas repeticiones son figuras literarias. Por otro lado, hay fenómenos de lo que podríamos llamar psicología de la lectura que son relativos y varían de un idioma a otro: en inglés, por ejemplo, la continua repetición de said(«dijo») en las acotaciones de los diálogos no parece perturbar a nadie; en español, si no alternáramos de vez en cuando los dijo con los afirmó, observó, aseguró, etc., se nos echaría encima, con razón, la policía estilística. Y luego está el léxico que, en una lengua, es de mayor frecuencia de uso y que, nos pongamos como nos pongamos, es el de mayor frecuencia de uso. Afino la tautología: en todas las lenguas hay palabras que se repiten porque se usan muchísimo, a veces porque designan realidades e ideas muy comunes en nuestra vida, a veces porque tienen un significado muy amplio que vale para muchas cosas, o a veces, al contrario, porque su significado es tan escaso o escurridizo que la palabra necesita continuamente –y de ahí sus múltiples apariciones– aliarse con otras para crear significados».
«El léxico de mayor frecuencia de uso no es, por tanto, ni una plaga ni una maldición, sino un miembro solícito de un cuerpo funcional y sano. Pero, como se manifiesta tanto, es el primer candidato a ser reemplazado cuando recordamos la consigna de “no repetir” que nos han inculcado a quienes aspiramos a tener un “buen estilo”. Así, en lugar de decir tantas veces ser, sustituimos alguno porconstituir o suponer; estar o quedarse, por permanecer; haber, por existir; dar, porproporcionar o suministrar; ir, por acudir; volver, por regresar; pasar, por ocurriro suceder; empezar, por comenzar o iniciar; entrar, por penetrar; etc.»
Veamos un párrafo del segundo texto de Magrinyà, titulado ‘Los verbos parlanchines (primera parte)’, que comienza así:
«Hablábamos el otro día de la loable consigna de no repetir palabras en aras del “buen estilo” y anticipábamos que, de los verbos de mayor frecuencia de uso, decirera uno de los más reemplazados. En efecto, uno no puede poner todo el tiempodijo en los diálogos porque en español la repetición de esta fórmula se hace agobiante y cantosa… al contrario que en inglés, donde said se repite diez veces en la misma página sin armar escándalo ni disparar las alarmas. Conviene que partamos de esta premisa para ver luego cómo la desarrollamos en español: si en inglés la repetición de said no canta es porque el lector –de distinta psicología que la nuestra– tiene clara su función de mero apoyo, de casi pura verbalización, podríamos decir, de un signo ortográfico (las comillas, en su caso, que se utilizan para marcar un diálogo). Es algo que de hecho no se lee y por eso puede repetirse; como mucho, su presencia podría asociarse a esa función un poco pesada que los libros de Lengua de bachillerato denominan fática y que permite a ciertas expresiones erigirse en guardianas de la comunicación, a fin de evitar que ésta se pierda. Tal vez influyan también antiguos motivos de género literario: una redundancia como dijo o said nos recuerda que estamos ante un diálogo de novela y no de teatro». (…)
El propósito de este volumen, según su autor, es que «pensar la lengua es la primera condición del estilo. No es tan difícil al fin y al cabo y en esa operación no todo, ni mucho menos, requiere saberes técnicos». Al leer sus páginas, donde surge de vez en cuando la ironía, se captarán algunas claves para hablar más atinadamente y escribir mejor.