Antes de exigirla, todo editor en ciernes o aquellos que llevan algunos años en la industria pero lo desconocen, les sería de gran utilidad leer el famoso texto del autor judío-alemán Walter Benjamin, muerto el año 1939 en Porbou (España) huyendo del horror nazi.
El ensayo –escrito en 1923– se titula ‘La tarea del traductor’ y forma parte de la obra de Benjamin Angelus Novus, editada en Barcelona (1971) por Edhasa. Comienza así: «Cuando nos hallamos en presencia de una obra de arte o de una forma artística nunca advertimos que se haya tenido en cuenta al destinatario para facilitarle la interpretación. No se trata sólo de que la referencia a un público determinado o a sus representantes contribuya a desorientar, sino de que incluso el concepto de un destinatario «ideal» es nocivo para todas las explicaciones teóricas sobre el arte, porque éstas han de limitarse a suponer principalmente la existencia y la naturaleza del ser humano. De tal suerte, el arte propiamente dicho presupone el carácter físico y espiritual del hombre; pero no existe ninguna obra de arte que trate de atraer su atención, porque ningún poema está dedicado al lector, ningún cuadro a quien lo contempla, ni sinfonía alguna a quienes la escuchan. (leer más)